Tradicionalmente, la forma de evaluar el progreso del alumno estaba centrada en el producto. Esto suponía que lo principal era la calidad final del texto escrito por el alumno, independientemente del proceso que le llevara a producirlo. Se solía trabajar a partir de textos modelos, cuyas características principales se intentaban imitar. A menudo, la escritura se planteaba "aislada" y "ajena" a la realidad en la que el aprendiz estaba inmerso. Es decir, se le pedía al alumno una redacción a cerca de un tema concreto, muy frecuentemente de escaso interés o utilidad para la vida práctica. Eran ejemplos de esto la clásica redacción a cerca de "la primavera" o "la vaca"...por nombrar algunas.
En los enfoques más innovadores, se tiende a considerar la escritura como un proceso. Se parte de las propias ideas de los alumnos, a través de técnicas como la tormenta de ideas, el esbozo de varios borradores y el trabajo colaborativo. Lejos de constituir una muestra de falta de calidad, el error se toma como una prueba de que el alumno se está aventurando a desarrollar hipótesis. El aprendiz debe ser capaz de expresar ideas libre y fluidamente sin centrarse en la corrección gramatical. Las producciones se intentan contextualizar, su relevancia será mayor si el tema o el formato tiene que ver con realidades cercanas a su mundo. Producir textos como un email de solicitud de trabajo, o una carta de motivación para inscribirse en un curso tienen un recorrido más largo que los clásicos ejercicios de composición.
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