En la clase de hoy, además de seguir abundando a cerca del uso de las TICS y diversas dudas, escepticismo, etc, hemos hablado de las características y las edades de los alumnos.
Los distintos niveles de madurez y desarrollo cognitivo implican necesariamente aprender de distintas formas.
Así, la edad ideal de 0-12 meses (una de las que más me interesan, como mamá y como profe de idiomas) se caracteriza por la gran riqueza perceptiva. Un bebé puede discriminar un gran número de sonidos y según como se produzca el "baby talk" estaremos inculcando un patrón u otro de lengua inicial. Me alegró mucho saber este dato. Por las mañanas doy clases one-to-one en casa y hay veces que no me queda más remedio que meter a mi bebé de 4 meses a la clase. Me alegra saber que además de al alumno la estoy ayudando a ella ;-)
Después vienen la edad gloriosa, en la que hay una capacidad enorme de mimesis. Me consta porque mi otro peque tiene cuatro años y todo lo que le dices lo repite. Sea bueno, regular o malo. (Me pregunto de dónde habrá sacado la costumbre de decir "puñetero esto" "puñetero lo otro") En cuanto al aprendizaje de idiomas, es cierto que a base de jugar, cantar canciones a la lluvia, al sol, a los monitos, contar cuentos y lavarnos las manos y los dientes en inglés poco a poco va calándole y sorprendiéndome con espontáneas salidas en este idioma.
La edad crítica se predice entre los siete y los nueve y la fatídica a partir de los diez. Aquí llega la fosilización de la configuración cerebral, la pérdida de capacidad de imitación y de la riqueza perceptiva. Una fiesta, vaya.
Por otro lado, hemos hablado del concepto de familia lingüística y de la interlingua. Concepto este muy interesante porque implica la idea de que la lengua meta siempre está en una especie de estado transitorio, es un work in progress en el que el proceso tiene tanta importancia como el resultado final. Un alumno cambia constantemente su interlingua conforme va adquiriendo y aplicando nuevos conocimientos y en ese proceso ha de elaborar hipótesis mediante el noble arte del ensayo-error.
Así que a ver si cambiamos de una santa vez esa idea de que equivocarse está mal y merece castigo y empezamos a dar puntitos positivos cada vez que un alumno se tira a la piscina y se arriesga a cometer un error. Solo así conseguiremos la ansiada proactividad y no que los alumnos se queden mirando al cuaderno o al silbando al infinito cuando en clase preguntamos si hay algún voluntario.
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